Diego Fusaro publica Pensar diferente: Filosofía del disenso en 2022 y el objetivo de esta entrada es hacer una breve reseña de esta obra. El principal motivo que me lleva a escribir estas líneas es que el tema que toca Fusaro y algunos de sus planteamientos coinciden en gran medida con varias entradas y reflexiones que en esta página venimos haciendo a lo largo de ya no pocos años. Se trata de hablar del capitalismo, naturalmente.
Procederé primero a resumir brevemente el contenido del libro para finalizar con algunos comentarios críticos.
a) Resumen.
Los primeros capítulos del libro están dedicados a precisar el significado y alcance de la idea de disenso y señalar su íntimo vínculo con la democracia y la filosofía (tomando como referencia, entre otros, el trabajo de Foucault sobre la parresía). A partir del capítulo 6 el autor se centra en el meollo del asunto: hoy el disenso está en crisis. En las actuales sociedades capitalistas, pese a las apariencias, lo que impera es el consenso y el disenso apenas se ejercita. Lo que domina hoy en día es el pensamiento único propio del neoliberalismo y la única forma tolerada y alentada de disentir es en la modalidad viciosa del disenso contra el disenso o, en otras palabras: aquellos que presumen de espíritu crítico lo suelen ejercer a favor del sistema y en contra de los pocos que osan disentir.
¿Cómo hemos llegado a esta situación? Naturalmente la victoria aplastante del consenso no procede del uso de la fuerza bruta; es más: cuando el poder ejerce la fuerza nunca llega al grado de consenso que se ha alcanzado en las sociedades contemporáneas. Esto es porque la violencia despierta conciencias y genera resistencias. Pero cuando parece que reina la libertad, cuando parece que cada uno de nosotros no hace más que perseguir lo que el fondo quiere, entonces se dan las condiciones para alcanzar un consenso mucho más férreo y profundo que aquel que pudiera ser alcanzado en una tiranía por medios violentos. Además, el triunfo actual del consenso es el resultado final de un proceso que viene de atrás: ya en los años 60 del pasado siglo Marcuse nos advirtió que la dominación puede ser pacífica y voluntaria. Se trata en definitiva del fenómeno que Étienne de La Boétie denominó “servidumbre voluntaria”. Cuatro siglos más tarde el francés quedaría asombrado por el alcance y la magnitud del fenómeno por él detectado.
Y… ¿en qué consiste el consenso? ¿en qué estamos todos de acuerdo? ¿qué es lo que no se pone en cuestión? Lo que no se pone en cuestión es la dictadura del mercado, la necesidad de un crecimiento económico ilimitado, las bondades del progreso tecnológico, etc. Lo que no se pone en cuestión es, en términos de Fusaro, “la ampliación nihilista y unidimensional de la forma mercancía y la extensión infinita de la ley del valor de cambio.” Todo tiene un precio, todo es mercancía sujeta a la ley de la oferta y la demanda. De este modo, hoy ya no existen ciudadanos libres y responsables sino meros consumidores. El sujeto político contemporáneo es lo que Gustavo Bueno llamaba un “individuo flotante”, un individuo sin raíces ni convicciones cuyo único objetivo es llevar una vida placentera y exhibirla en las redes sociales.
Este pensamiento único domina las conciencias generando “falsas dicotomías” como vías de escape para descargar tensiones: izquierda contra derecha, autóctonos contra inmigrantes, hombres contra mujeres, homosexuales contra heterosexuales, etc. Entonces, lo que nos interesa ahora destacar, es que ser de izquierda, para Fusaro, no es ser anticapitalista. Fusaro se reconoce como marxista, como comunista, pero no como un militante o partidario de la izquierda. En los países desarrollados la contienda política no es entre dos modelos de organización social antagónicos sino entre el neoliberalismo de izquierda contra el neoliberalismo de derecha. Todo es una farsa en la que siempre gana el capitalismo. De hecho, los avances más decisivos en la agenda neoliberal han sido llevados a cabo por gobiernos de izquierda. De similar manera, Gustavo Bueno decía que izquierda y derecha se han “ecualizado” en las “democracias del mercado pletórico” porque ya no hay diferencias de fondo en lo relativo al modelo económico y productivo entre unos y otros. Esa izquierda que acepta la estructura económica y da la batalla en el frente cultural, Bueno la denominaba "izquierda indefinida" y, según Fusaro, no lucha contra el poder sino que es parte del mismo.
Si ser de izquierda hoy no implica ser anticapitalista… ¿cómo ser anticapitalista? ¿cómo disentir? Lo primero es conocer la naturaleza de nuestro enemigo. Según Fusaro “el pensamiento único de las oligarquías financieras transnacionales” hoy es de derechas en lo económico (el poder del dinero) de centro en la política (la política del consenso) y de izquierdas en lo cultural (la innovación de las costumbres). El verdadero disenso contra el capitalismo pasa por atacar los tres frentes del Sistema: contra la mercantilización plena y el fanatismo del mercado, contra la apología del consenso o pensamiento único y contra la globalización y sus corolarios éticos.
Los dos primeros frentes que señala Fusaro no plantean problemas para una persona de izquierdas. El problema está en el tercer frente. Ser anticapitalista hoy, según Fusaro, no pasa por defender la abolición de las fronteras, la autodeterminación de género y el laicismo, por ejemplo, sino por todo lo contrario: la defensa de los Estados nación, la familia, la religión y las tradiciones, que son los últimos baluartes contra la globalización capitalista. Luchar contra el capitalismo supone luchar contra el modelo antropológico que propone el neoliberalismo: un individuo encerrado en sí mismo, sin vínculo social, una mónada sin raíces, nihilista, narcisista, que sólo encuentra consuelo en el consumo desenfrenado. Ser anticapitalista supone defender un modelo antropológico opuesto al modelo neoliberal que defiende la izquierda.
Sin embargo, matiza Fusaro, algunas luchas y reivindicaciones propias de la izquierda política (el feminismo, la ecología, el pacifismo, la lucha contra el racismo y la xenofobia, etc) son del todo legítimas siempre y cuando no se desliguen de un marco más amplio: la lucha de clases. Solo hay una lucha verdaderamente emancipadora, la que enfrenta a los de abajo contra los de arriba, a los oprimidos contra sus amos, y en la medida en que una lucha particular se desvincule de este objetivo pierde todo su potencial revolucionario.
Disentir hoy es practicar el Gran Rechazo, pero no como gesto individual, el cual no dejaría de ser un gesto narcisista propio de almas bellas. La rebeldía debe traducirse políticamente. Fusaro sigue en esto (y en otras cosas) a Gramsci: el objetivo ha de ser encontrar la manera de canalizar el desaliento que genera el capitalismo hacia la configuración de un bloque histórico entre los damnificados por el Sistema, huyendo de las falsas dicotomías que el capital promueve para debilitar el bloque de la mayoría (o, como diría Rancière, de “la parte de los que no tienen parte”).
b) Comentario.
Naturalmente lo que acabo de escribir es un pobre resumen que no hace justicia al ensayo de Fusaro, pero creo haber destacado lo fundamental. Mi valoración general del libro es positiva, aunque con matices. Por decirlo en términos médicos: coincido en el diagnóstico pero no, o no del todo, en la terapia.
Fusaro dice que hay que pensar a lo grande, reivindica la vigencia de la utopía y propone el Gran Rechazo, pero… ¿en nombre de qué? de la familia, la religión y la tradición. Por un lado Fusaro apela a la imaginación política para pensar un mundo más allá del capitalismo, pero, por otra parte, el futuro postcapitalista que sugiere se parece demasiado al pasado precapitalista. Quizá la familia y la tradición puedan servir de diques de contención contra la globalización en los países en vías de desarrollo, pero no veo de qué manera pueden ofrecer una alternativa al capitalismo global. Además, las instituciones que articulaban el mundo precapitalista no constituyen una Arcadia a la que sea posible y deseable regresar. Fusaro parece olvidar que la familia, las costumbres y la iglesia católica, especialmente en países como España e Italia, han sido tradicionalmente instrumentos de dominación, no de emancipación. Si el objetivo es imaginar y luchar por un mundo mejor habría que elegir otros compañeros de viaje.
Sin embargo, parte de razón tiene el italiano: contra la fluidez neoliberal hay que oponer algo sólido. Fusaro busca un punto de apoyo en la lengua, la cultura, la tradición, la familia, etc. Es en el seno de estas instituciones donde el hombre toma cuerpo, donde puede realizarse como persona y solo desde esta firme plataforma antropológica es posible otear un mundo común. El problema, creo yo, es que tales instituciones no pueden ser aceptadas de manera incondicional, pues en muchos casos han sido herramientas al servicio de la clase dominante que se han opuesto activamente a todo proyecto emancipador.
Por otra parte, Fusaro no presta suficiente atención a otro punto de anclaje que es necesario potenciar para hacer frente a la marea neoliberal: las instituciones republicanas. La escuela pública, la sanidad, la justicia, los derechos laborales, etc, son conquistas sociales que no surgen del capitalismo, sino más bien a pesar y en contra del capitalismo. Precisamente por ello, ahora que la victoria del capital es total, su supervivencia está amenazada. Oponerse al capitalismo implica defender la República y sus instituciones que son además la cortapisa necesaria para impedir que las instituciones tradicionales se constituyan como estructuras de dominación.
Disentir al proyecto neoliberal pasa, creo yo, por la defensa de la democracia y de las instituciones republicanas en cuyo seno las instituciones tradicionales que reivindica Fusaro (lengua, tradición, familia, religión, etc) pueden desarrollar su benefactor papel sin menoscabo de la dignidad de las personas.
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