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lunes, 17 de marzo de 2025

El materialismo de Wittgenstein
Eduardo Abril

Es un lugar común señalar que Wittgenstein en el Tractatus, más que completar los desarrollos del positivismo lógico de Russell, lo que hace es mostrar sus limitaciones. Desconozco si esa fue, desde el principio, su intención, pero sí que fue el resultado. Debía ser difícil, para un hijo de Karl Wittgenstein,  acostumbrado a vivir en una familia en la que el lenguaje no era el medio para expresar lo que allí ocurría, pensar que reducir las prácticas lingüísticas a un conjunto de procedimientos lógicos, iba a esclarecer mucho algo de su vida. Por eso, cuando Wittgenstein trató de ver qué es lo que estaba ocurriendo en el interior de la tradición a la que pertenecía, se dio cuenta de que las propias vivencias no eran fácilmente objetivables en un saber lógico y formal, un conjunto de reglas que pueden explicitarse, como pretendían los positivistas lógicos de Cambridge, sino que, más bien, usamos siempre los lenguajes formando parte de una tradición —de una familia— y este uso también forma parte de esta misma tradición. Esto era igualmente valido para el gusto musical, las prácticas matemáticas, o los códigos de educación de la rígida alta sociedad vienesa. Lo que estaba apuntando, era que uno no podía salirse de la realidad material en la que estaba, para construir algo así como un punto de vista válido para todos los casos. Pero lo interesante aquí es señalar en qué punto se toca la materialidad de ese lenguaje y es precisamente en sus límites, en sus imposibilidades, algo que no dejó de constatar Wittgenstein desde el comienzo. Ramón del Castillo escribe:

«[...] al igual que un estilo musical no está separado de otras expresiones simbólicas, otras prácticas sociales, Wittgenstein pensó que un estilo matemático o lingüístico (o incluso uno científico) no es sólo un conjunto de métodos o de reglas, una estructura de directrices para la interpretación. Un estilo es una tradición, y una tradición permite guiar la fijación de significados y la clasificación de fenómenos de una forma intuitiva y tácita, no siempre objetivable, de igual modo que un estilo musical no es algo transmisible o comprensible a través de enseñanzas explícitas, sino de la vivencia de la música como parte de un conjunto de instituciones sociales más amplias  [...] La idea final de Wittgenstein es, como hemos dicho ya, que los juegos de lenguaje son prototipos de interpretación a través del lenguaje, pero ellos mismos no son interpretaciones, porque son la base que permite la introducción de significados nuevos».[1]

Wittgenstein y los pragmatistas se parecen porque ambos beben de la misma tradición,[2] las tradiciones post-románticas, idealistas y voluntaristas europeas, que los constructivistas lógicos habían rechazado. Es verdad que los pragmatistas trataron de reformar la racionalidad misma, mientras que Wittgenstein fue más modesto y solo pretendía dar cabida en el análisis a procedimientos como la analogía y a la descripción mediante ejemplos, que se parecían más al tipo de cosas que hacemos con el lenguaje en nuestra «vida real». Por eso, como ha señalado Ramón del Castillo, no habría que ver aquí un «anhelo romanticista trasnochado por la superioridad de la experiencia estética»,[3] ni «un pasaporte para el irracionalismo y el nihilismo»[4] como insinuaba Putnam, pues la propuesta de Wittgenstein «ni nos impide ni nos empuja a tomar una dirección definida»[5] hacia el positivismo lógico o hacia métodos más basados en las prácticas reales. Es aquí precisamente donde reside el valor de la propuesta wittgensteniana y la razón por la que no sería muy descabellado —en mi opinión— ver aquí una cierta teoría materialista del lenguaje. Wittgenstein al establecer unos límites sensatos a las aspiraciones de los formalistas de Cambridge, que eran los nuevos racionalistas,

«Sostuvo que las interpretaciones formales son siempre insuficientes y en ocasiones incluso innecesarias para guiar la acción y las decisiones de significado, pero no dijo que eso privara de uniformidad al uso, o no creara tipificaciones resistentes en un sistema conceptual. El punto clave de sus argumentos no es que las interpretaciones y las representaciones sean insuficientes, sino que son innecesarias».[6]

La idea es que «no hay forma de saber qué significamos con los conceptos o en qué consiste su uso correcto»,[7] como pretenden los planteamientos formalistas. Y esto no significa que debamos caer en el escepticismo y reconocer que vamos a ciegas. Es más bien que muchas veces «hemos dado pasos importantes, valiosos y razonables de forma intuitiva, ciega para las interpretaciones conceptuales de que disponíamos», y eso no quiere decir que actuemos irracionalmente o a ciegas. Significa más bien que «lo que creemos estar significando no constituye ni especifica por sí solo lo que significamos».[8] La idea es que «no hay un punto de vista desde el que podamos justificar racionalmente todas las decisiones, pero tampoco punto de vista desde el que podamos ver como erróneas todas las decisiones a un tiempo».[9] Pero que no podamos hacer esto, no hace que nuestras prácticas lingüísticas sean insuficientes, se queden cortas, nos dejen a medias, sino que más bien expresa que tampoco es necesaria esta completud; podemos  seguir viviendo sin necesidad de que lo que hacemos y cómo lo hacemos, tenga que ser totalmente transparente para nosotros. Por eso, puede que lo interesante aquí sea preguntarnos en qué medida, por lo menos algunas cosas de las que hacemos, se nos hacen parcialmente comprensibles. Por eso, tal como señala Del Castillo, el interés de Wittgenstein no está en traducir completamente la vida en conceptos, sino comprender «la dialéctica que genera la necesidad de llevar lo no-conceptual a conceptos sin que llegue a producirse una equivalencia entre ambos».[10] Se entiende así por qué Wittgenstein consideraba que un buen método de análisis era «imaginar un desarrollo histórico de ideas diferente del que ha tenido lugar»,[11] adoptando un cierto punto de vista exterior imaginario. Desde luego que no se trataba de esclarecer completamente nuestras prácticas lingüísticas, haciéndolas transparentes, sino más bien generar nuevos usos desde dentro de ellas. Lo que le interesaba a Wittgenstein era «mostrar la continuidad entre los usos del lenguaje creados a través de prácticas intuitivas e informales y los creados a través de definiciones y creencias explícitas».[12] No se trataba de eliminar los usos metafóricos o mitológicos de nuestro lenguaje, sustituyéndolos por un uso formal-lógico, reduciéndolo a un conjunto de reglas explícitas, sino que su intención era combatir, tal como también hacen los pragmatistas, las ilusiones [¿delirios?] que surgen cuando «no se reconoce el peso que tienen para el desarrollo natural de la razón los factores informales, prácticos e intuitivos en la fijación de creencias y significado, y se concentra toda la atención en las interpretaciones explícitas en vez de hacerlo en las posibilidades que crea el uso del lenguaje más allá de su literalidad».[13] Por eso, no es descabellado ver aquí, sin duda, una teoría materialista del lenguaje.



[1] Ramón del Castillo, Conocimiento y acción, El giro pragmático de la filosofía (Madrid: UNED, 1995), 233

[2] Ibidem, 248

[3] Ibidem, 250

[4] Ibidem, 251

[5] Ibidem, 251

[6] Ibidem, 252

[7] Ibidem, 253

[8] Ibidem, 254

[9] Ibidem, 255

[10] Ibidem, 255

[11] Ibidem, 245

[12] Ibidem, 246

[13]Ibidem, 247

2 comentarios:

  1. Muy interesante Edu. Estoy básicamente de acuerdo con lo que dice Wittgenstein y con la interpretación que haces. En lo que estoy pensando ahora mismo es que si me dieran a leer este texto sabiendo que es tuyo y me preguntaran que adivinara cuándo fue escrito, hubiera jurado que fue escrito entre 2009 y 2012 aproximadamente... no hubiera acertado ni con un margen de 20 años. Lo que quiero decir es me parece que estas ideas poco encajan con las que has ido pensando y exponiendo desde hace ya bastante tiempo ¿O me equivoco?

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  2. Pues creo que te equivocas, efectivamente. En el fondo, si lo pienso, no he cambiado de ideas demasiado y sigo dándome vueltas a las mismas cosas. Cuando leo a Wittgenstein como un materialista, en realidad estoy encontrando a un filósofo que explora los limites del lenguaje como un resultado positivo, no como una limitación kantiana. Eso es lo que más me interesa de la lectura que hace Ramón del Castillo, pensar a Ludwig no como un tipo que cambió de posicion, del positivismo lógico al pragmatismo lingüístico, sino como quien establece una relación dialéctica entre ambos momentos. Zizek posiblemente podría decir que aquí lo que hay es un cambio de paralaje, no un cambio de filosofia: algo así como que, para ser pragmatista, primero hay que ser un formalista lógico. No es distinta está cuestión del hecho de que los pragmatistas americanos fueron todos hegelianos.

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